20 abr 2009

EL TREN DE LA VIDA


Un día leí un libro que comparaba la vida con un viaje en tren. Una comparación extremadamente interesante cuando es bien interpretada. Interesante porque nuestra vida es como un viaje en tren, llena de embarques, de desembarques, de pequeños accidentes en el camino, de sorpresas agradables y de algunas subidas y bajadas tristes.

Cuando nacemos y subimos al tren, encontramos dos personas queridas que nos hacen conocer el viaje hasta el fin: nuestros padres. Lamentablemente ellos en alguna estación bajan del tren y ya no vuelven a subir. Entonces quedamos huérfanos de su cariño, protección y afecto, pero a pesar de esto, nosotros continuamos viajando.

Durante la larga travesía conocemos otras interesantes personas que suben al tren: nuestros hermanos, nuestros amigos, nuestros amores. Muchos de ellos realizan solo un corto paseo, otros permanecen siempre a nuestro lado compartiendo las alegrías y las tristezas. En el tren también viajan personas que andan de vagón en vagón ayudando a quien lo necesita. Otros viajan cerca de nosotros y los queremos tanto que cuando viajan nos dejan recuerdos imborrables.

Muchos viajan en asientos cercanos al nuestro pero no sabemos quienes son ni nos interesa. Otros pasajeros, a quienes queremos, prefieren sentarse alejados de nosotros, incluso en otros vagones; nada nos impide que tratemos de acercarnos y sentarnos junto a ellos, pero en muchas ocasiones esto no es posible porque los asientos contiguos ya están ocupados por otras personas.

El viaje es así, lleno de atropellos, sueños, fantasías, esperas, llegadas y partidas. Sabemos que este tren solo realiza un viaje, el de ida. Tratemos entonces de viajar de la mejor manera posible, intentando tener una buena relación con todos los pasajeros, procurando atender lo mejor posible a las necesidades de cada uno de ellos, recordando siempre que, en algún momento del viaje, nosotros mismos podemos perder las fuerzas y necesitar que alguien nos entienda y nos ayude.

El gran misterio de este viaje es que no sabemos en qué estación nos toca descender a nosotros. Yo pienso y me pregunto a mí mismo, cuando tenga que bajarme del tren, ¿sentiré añoranzas? Por supuesto, mi respuesta es sí; porque tener que dejar a mis hijos viajando solos será muy triste, tener que separarme de los amores de mi vida será doloroso. Pero tengo la esperanza de que en algún momento nos volveremos a encontrar en la estación principal y tendré la emoción de verlos llegar con mucha más experiencia de la que tenían al iniciar el viaje.. Entonces seré feliz al pensar que en algo pude colaborar para que ellos hayan crecido como buenas personas.

Ahora, en este momento, el tren disminuye la velocidad para que suban y bajen personas. Mi emoción aumenta a medida que el tren va parando. ¿Quién subirá? ¿Quién será? Me gustaría que ustedes pensaran que desembarcar del tren no es solo una representación de la muerte o el término de la historia de un proyecto que dos personas planearon e hicieron realidad pero que con el paso del tiempo se desmoronó, sino el principio de un nuevo viaje en el que, a diferencia del de esta vida, no habrá más tristezas, ni dolores, ni penas, ni sufrimiento, sino solo paz, tranquilidad y amor.

Agradezco a Dios por darme la oportunidad de estar realizando este viaje junto con ustedes. A lo mejor nuestros asientos no son contiguos, pero es muy probable que vayamos en el mismo vagón.

1 comentario:

Emilioso dijo...

Me gusto mucho tu reflexion Leo algo triste pero es la verdad y pues creo que me subi a tu tren jeje un abrazo desde merida mexico